sábado, 12 de marzo de 2011

CON HÁBITO MARRÓN Y SANDALIAS FRANCISCANAS SE CONSTRUYE UN MUNDO MEJOR

A tres horas de Lima, por la Panamericana Norte, llegamos a Canta y quince kilómetros más allá nos recibe Huaros, un pueblito bastante hospitalario  y pacífico por lo regular. Pero, al llegar no encontramos nada de eso, sino a toda la población congregada en la plaza central, específicamente en el frontis de la iglesia. “Este no es un domingo cualquiera, estamos muy tristes y si tenemos que cometer un delito como el secuestro, lo haremos; antes que dejarlo ir”- nos dice Jerónimo Loayza, gobernador del lugar.
Todo empezó esta mañana en la misa dominical de las siete. Como cada domingo, la población se encontraba escuchando la celebración litúrgica semanal, cuando en medio del sermón, Carlos Mendoza, sacerdote franciscano, agradece al pueblo de Huaros que lo acogió y lo hizo sentir en familia durante quince años y agrega: “Voy a extrañarlos; pero, la misión me lleva hoy por otros rumbos. Les pido recibir con los brazos abiertos al otro sacerdote hermano mío en esta orden franciscana, quien continuará con las tareas que yo realizo”. Y se iniciaron los murmullos primero, y las lágrimas después. Varones, mujeres y niños decidieron quedarse en la puerta de la iglesia y empezaron a gritar: “Él es uno de nosotros, ¡secuestro antes que partida!”.
José María Quispe, sacristán de esta iglesia, desde que llegó el Padrecito, como lo llaman con familiaridad, nos ayuda a reconstruir esta increíble muestra de amor al prójimo. Resulta que hace quince años llegó a este rincón de la sierra limeña Carlos Mendoza, joven sacerdote de treinta y cinco años, de la orden franciscana y de origen español. Sólo trajo consigo una mochila cargada con un hábito más y muchos proyectos de vida comunitaria. No encontró un convento, tan solo una iglesia de esteras y unos tronquitos que hacían de bancas. El pueblo no era muy creyente ya que tan sólo una vez al mes llegaba la visita de algún sacerdote para oficiar misa. Rápidamente el padrecito se hizo muy querido ya que nunca descansaba. “Yo al ver este ejemplo me ofrecí a ayudarlo en mis ratos libres y desde entonces me acogió como sacristán. Mi familia había desaparecido en un accidente automovilístico poco antes de su llegada. Yo estaba muy triste, él fue mi salvación, sólo pensaba en morir, ya no le encontraba sentido a nada”- nos dijo José María.
“A los tres meses ya había construido un horno artesanal detrás de la iglesia y nos contó que sabía hacer pan”- comenta Anita Sotomayor, señora encargada del almuerzo diario del padrecito, muy reconocida en el lugar por su incomparable sazón criolla. Está demás decir que inmediatamente muchas personas se ofrecieron a ayudarle a hacer pan diariamente y desde entonces cada mañana se escucha un silbato muy fuerte mientras mujeres y niños salen al encuentro del padrecito Carlos y Carmelito. Pedrito Mejía, un niño pequeño de unos siete añitos nos cuenta: “Carmelito es un amigo del padrecito, este burrito apareció milagrosamente un día en la puerta de la iglesia, nadie sabe cómo llegó, pero se quedó y no quiere irse”. La tarea de Carmelito es llevar las alforjas llenas del crocante y fresco pan que el padrecito ofrece. Algunos le compran, no menos de diez panes diarios por familia; otros, con pocos recursos, iluminan sus rostros cada día al recibir gratuitamente pan caliente.
Con las ganancias de este trabajo diario, el padrecito ha logrado refaccionar la iglesia y hoy tiene una apariencia muy de acuerdo al lugar. Hecha de adobe, al igual que el resto de viviendas en el pueblo, y con unas preciosas tejas de color rojo sobre el techo, lleva orgullosa la cruz de Jesucristo. Está ubicada en la plaza central y se ha convertido en una iglesia muy atractiva y bastante concurrida por los lugareños. En su interior encontramos bancas de madera muy bien hechas y un altar tallado delicadamente por los artesanos del lugar. Sin embargo, el trabajo del padrecito no se quedó ahí. Empezó a tocar todas las puertas de Huaros y los alrededores en busca de donaciones; además, consigue, nadie sabe cómo, diversos objetos que rifa cada semana. Y con estos recursos construyó un albergue para los niños huérfanos o cuyos padres trabajan lejos y no pueden cuidar de ellos. Este funciona al lado de la iglesia y del horno artesanal. “Todo el tiempo se le ve yendo de la iglesia al horno, del horno al albergue, del albergue a la iglesia, y todas las combinaciones posibles que le permiten las horas entre las cuatro de la mañana y la medianoche. Siempre tiene energía y encuentra algo que hacer”- comenta Alipio Sánchez, alcalde del distrito.
Volvemos con José María para entender bien la decisión del arzobispado: “Ayer llegó un documento que le anunciaba al padrecito que debía continuar con su labor evangelizadora en una comunidad cusqueña. Sabemos que tal vez es justo que otras personas le conozcan y le quieran, pero todavía no estamos preparados para dejarle ir”. Ahora entendemos el porqué de estas manifestaciones públicas de desacuerdo y desconcierto. Felizmente, al saber de esto, y después de unos días de suspenso, el arzobispado se retractó y anuló la resolución. El padrecito se quedará con ellos por un tiempo más. “Ahora, todo parece sólo un mal sueño”- concluye José María con lágrimas en los ojos.
Carlos Mendoza, con un hábito marrón de la orden franciscana, ha transformado la vida de los residentes en Huaros. Y la comunidad lo adoptó voluntariamente como su hijo predilecto. Esto nos demuestra que la familia no sólo es la que comparte lazos de sangre, sino la que se construye cotidianamente en medio de la convivencia y el trabajo en equipo.    

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